La competitividad de las empresas, hoy en día, pasa por que sus trabajadores y directivos desarrollen habilidades y competencias directivas que ayuden a la empresa a mejorar continuamente (técnicas de negociación, trabajo en equipo, mejora continua, gestión del tiempo, habilidades sociales, mejora de la productividad,…). Su aprendizaje no debe venir solamente mediante la adquisición de conocimientos, sino por la implicación mental y física por parte del trabajador; es decir, mediante la formación activa.
¿Por qué es necesario que la formación sea dinámica? Para aprender algo correctamente siempre ayuda el poder escucharlo (y más si una persona con experiencia lo cuenta), verlo, hacer preguntas, discutirlo con el formador u otros compañeros, pero sobre todo, necesitamos hacerlo.
¿Cómo se consigue que la formación sea dinámica? Para que la formación sea activa, los participantes deben realizar la mayor parte del trabajo; utilizar sus cerebros, analizar ideas, resolver problemas que les van surgiendo y aplicar lo aprendido en la práctica. Incluso no tienen por qué estar sentados en sus asientos, sino que puede que se tengan que mover por el aula y pensar y discutir en voz alta. Para conseguir esto, el segundo agente del binomio enseñanza-aprendizaje es el formador, que debe buscar vías alternativas para implicar a los participantes desde el comienzo de la sesión, a través de actividades que fomenten la creación del trabajo en equipo y que rápidamente inciten a las personas a reflexionar.
Una manera de conseguirlo es mediante juegos, que son una simulación de la realidad, más simple y divertida. Son ideales para involucrar a los participantes, enseñar de manera amena y explicar unos conocimientos de forma atractiva y motivadora.